(*) Por Leonardo Villafañe (Posadas) Doctor en Derecho. Observador serial y futbolero. Papá de mellizos. Misionero ité.
La crisis de sustentabilidad no resulta exclusivamente un problema ambiental o ecológico. En la raíz de los conflictos ambientales subyace una grave crisis social de valores colectivos. Se puede torcer el rumbo a partir de cambios propios y en conjunto, por ejemplo, repensando las prioridades vitales como sociedad.
El hombre contemporáneo, apoyado en la inmensa cantidad de avances tecnológicos, entiende que no necesita nada más que el progreso, prescindiendo de la naturaleza y de los ciclos biológicos, incluso de los demás hombres. El éxito lo logra aquél que alcanza un alto desarrollo económico.
Se ha tergiversado la visión colectiva sobre la integralidad del hombre, como sistema y como parte de otro sistema (el planeta), sesgándolo a un solo aspecto, esperando, tal vez por influencia del propio mercado, que la economía le solucione la totalidad de los problemas de relación, espirituales, culturales, etc. Es tan profunda esta creencia que la sociedad actual se denomina “de consumo”.
El sistema económico tradicional posee una lógica brutal: incluye a quienes necesita y excluye a quienes no les son necesarios. Se torna vital revisar estas reglas que nos gobiernan y buscar criterios más adecuados al género humano, revalorizando conceptos colectivos y de solidaridad que nos confraternicen con nosotros mismos y con los demás.
La clave del desarrollo en estos tiempos, y en los que vienen, es la capacidad de pensar e innovar de una sociedad.
Se trata de pensar diferente para lograr la conciliación definitiva entre economía, ambiente y sociedad. Un sistema que proteja el trabajo humano, la educación de los niños y la sabiduría y memoria viva de los ancianos. Pensar prioritariamente en lo colectivo porque tenemos el mismo origen y vamos hacia un futuro común. El desarrollo en términos de sustentabilidad exige el cambio de los paradigmas y propender a una visión más integral del ser humano.
Una ética de desarrollo más humana está estrechamente vinculada al concepto de bien común, entendiendo por ello el respeto a la dignidad del hombre en tanto titular de derechos básicos, irrenunciables e inalienables, ordenados a su desarrollo integral (lo que incluye la protección de su hábitat presente y futuro).
Aquí entonces necesitamos de la política, pues también su objeto es propender al bien común, y resulta la herramienta humana más idónea para producir los cambios necesarios.
Para ello, la política exige compromisos y valores sociales fuertes de la ciudadanía que definan (piensen) los objetivos comunes y los procesos más participativos con la mayor inclusión posible, que no es otra cosa que la determinación de políticas públicas para el mediano y largo plazo.
Las políticas públicas y la sociedad toda deben promover y fomentar estos cambios de paradigmas, pues las revoluciones siempre han surgido de ingeniosas formas de ver un poco más allá de lo que la realidad actual nos muestra.
La sustentabilidad depende de esa visión de futuro que tengamos como sociedad, más allá de los problemas estrictamente ambientales, pues consensuando y ejecutando las políticas que nos cohesionen como comunidad, se obtendrán los resultados integrales de bien común.
(*) Artículo publicado en la edición Nº 24 de Revista ENFOQUE