La excursión, que parte de Colonia Carlos Pellegrini, se ofrece en los paquetes de alojamiento completo de las posadas locales y permite disfrutar de dos horas en las que se navega por la parte sur de la laguna Iberá y un tramo unos seis kilómetros del Miriñay.
José González, uno de los guías de sitio del lugar, fue quien comandó la lancha que llevó a Télam en esta excursión, junto a un grupo de siete adultos y dos menores, y antes de partir explicó que «el arroyo sirve como desagote de las tierras altas de la zona sur llega hasta la laguna Merceditas para desembocar finalmente en el río Uruguay».
Tras partir desde el muelle de una de las posadas del pueblo, ante el asombro de algunos pasajeros, el timonel puso el rumbo hacia el puente, surcando la laguna en sentido contrario al arroyo destino, pero sólo para someterse al estricto control que los guardaparques hacen sobre todas las embarcaciones.
En ese puesto, sus responsables deben informar la salida, la cantidad de pasajeros -dentro del cupo de su embarcación-, tiempos de navegación y estar dentro del límite de embarcaciones en tránsito permitidas en forma simultánea, entre otros controles.
Durante el inicio de la navegación, que puede ser más o menos tranquila según el viento del momento, la gran inquietud de los pasajeros es siempre ver los yacarés, que abundan en la región, lo que ocurre en cuanto el bote a motor pone proa sobre el arroyo.
Con la pericia que da el oficio, el timonel detuvo los motores, deslizando la embarcación sólo con el impulso hasta escasos centímetros de un ejemplar de medianas proporciones que, con las fauces abiertas, regulaba su temperatura corporal.
Tras la obligada sesión de fotos en las que el animal parece posar con agrado, el grupo fue conducido a través de curvas y ensanches, producto de la movilidad de los cauces ocasionada por la acumulación cambiante de vegetación.
Estos cambios de cauce de lo que a la vista del turista es tierra firme, se deben a la formación de «embalsados», masas compactas de vegetación que forman islas flotantes, cuyo estrato más bajo lo componen residuos vegetales a los que se aferran las raíces de pastizales, juncales y esterillares, entremezclados con varias especies de árboles y arbustos que asoman a la superficie.
Sobre estas formaciones, Gómez explicó al grupo que «cuando llueve mucho, el embalsado (que generalmente descansa sobre el lecho arenoso) sube, permitiendo el escurrimiento de las aguas hacia el río Corrientes».
El curso sigue serpenteante aguas abajo y ofrece en ocasiones el avistaje de huidizos ejemplares de venados de las pampas, o corzuelas; durante el recorrido se pudieron ver dos machos adultos y otro ejemplar que pudo ser una hembra o un juvenil, que se alejaron a gran velocidad.
Superada la expectativa por los yacarés y la sorpresa de ver a los venados, un pronunciado recodo del arroyo dejó ver las torres que transportan hacia Buenos Aires la energía producida por la represa Yacyretá, casi 120 kilómetros al norte.
Las imponentes estructuras metálicas de 35 metros de altura, implantadas en este medio natural, sorprenden quizás más que lo visto anteriormente.
El paso lento de la lancha da lugar en ese punto a una breve polémica grupal y las cámaras de fotos apuntan esta vez a estos objetos inanimados que llevan la energía a industrias y ciudades.
Un grupo de carpinchos pastoreaba cerca de los pilotes de sustento y muchas aves utilizaban las torres y cables como parada momentánea o punto de observación, sin alterarse por tal intervención humana en su hábitat natural.
Como en toda la zona de los esteros, Carlos Pellegrini es un destino ideal para el avistaje de aves, ya que alberga a casi el 30% de las variedades existentes en el territorio argentino, algunas de las cuales pueden apreciarse durante el paseo, como el caso de garzas, macás y gaviotines.
La contemplación de esta variedad animal y vegetal, el valor agregado de un paseo en lancha que por momentos se torna vertiginoso y la inusual visión desde la propia base de las torres de alta tensión, hacen de este recorrido uno de los más disfrutados por los viajeros que se alojan en la margen oriental de los Esteros del Iberá.
Fuente: Télam