Los días no son todos iguales, aunque los relojes y los almanaques traten de hacernos creer lo contrario. Hay días en los que todo nos sale bien. Hay días en que todas las noticias difíciles se reciben juntas. Hay días en que llueven las invitaciones y días en que parecemos los únicos seres vivos sobre el planeta. Hay días livianos y días que pesan.
No tenemos el mapa que revele cuáles son esos días por venir. Pero sí tenemos la posibilidad de navegar atentos en el mar del tiempo… que es como decir la vida. Maravillarnos ante lo que nos trae cada jornada y tratar de aprender. Observando las sincronías entre el afuera y el adentro: Lo que sentimos hoy… ¿tiene eco en lo que sucede afuera? Afuera… de mi casa, de mi comunidad… y allá arriba en el Cielo.
Ya los griegos lo sabían, y diferenciaban el Cronos -tiempo lineal- del Kairos -tiempo de la oportunidad y la sincronía-.
Formas de medir el tiempo
La manera de medir el tiempo varía. Lo sabemos, pero a menudo caemos en la hipnosis que generan los almanaques «a la usanza gregoriana».
Los mayas, de hecho, tenían un calendario regido por el sol y la luna, mucho más exacto que el que usamos. Los chinos manejan un año lunar. Los judíos cuentan el tiempo desde otro hito, como también los hindúes. Y hay más sistemas bajo este mismo cielo.
En casi todo el mundo utilizamos el calendario gregoriano, que tiene su origen en Europa. Fue impuesto por el papa Gregorio XIII en el 1582, sustituyendo al calendario juliano, que se utilizaba desde Julio César. Este cambio llegó a raíz de los acuerdos en el Concilio de Trento. El objetivo era eliminar el desfase producido desde el Concilio de Nicea, en el 325. En aquel momento se fijaron los días en los que se tenía que celebrar la Pascua, y por consiguiente el resto de celebraciones religiosas.
Es decir, lo que se tenía que hacer era adaptar el calendario civil al año trópico. Investigando un poco… podemos ver que el calendario está lleno de arbitrariedades… Por ejemplo, el mes de Agosto. Tiene 31 días porque Maximus Augustus quiso tener un mes con su nombre, como lo había hecho Julio César. Pero no toleraba que «su» mes tuviera menos días que Iulius. Entonces «operó» sobre el almanaque: quitó por allí, agregó por allá… y logró atesorar 31 días en el mes que lleva su nombre. Y sobre «caprichos» como ese establecemos compromisos y cumpleaños.
Asimismo, lo que estamos acostumbrados a celebrar como inicio de las estaciones (equinoccios y solsticios) son en realidad los puntos máximos de tensión y equilibrio de la Tierra en torno al sol. El calendario actual perdió conciencia de las transiciones.
Domesticar el tiempo
Con estas ideas en mente, este año me metí a la tarea de domesticar el tiempo. Y -como muchas veces- conté con la complicidad de José María Barrios Hermosa para el diseño.
Domesticar el tiempo: tratar de ponerlo en unos papeles, sabiendo que es mucho más que una agenda, un reloj, un cronómetro. Pero lo hicimos. Dos arianos decididos… Salgan del camino, por favor.
Contamos para ello con aportes de Laura Montania (máster en Acupuntura Bioenergética y Moxibustión, diseñadora en Permacultura y directora del Espacio “Pura Energía”),
Darío Feltan (Suami Budananda, maestro formador de yoga y meditación Zen, codirector de «Anauel Todoarte» – Ana Capayannides (astróloga y consteladora familiar) y Raúl Aramendy (profesor de Agroecología, Ecología Urbana y Permacultura), Ana Fiaccadori (autora del libro de recetas «Sabores regionales». Y oportunos consejos de Javier Vera, Nahir Vera, Eda León, Adriana Sánchez.
El producto final es la «Agenda 2019 Buen Vivir» (que se puede pedir por internet o comprar en «La Casa del Angel»). Sin embargo, el proceso de lograrlo es un recorrido que creo es interesante compartir.
Además de la reflexión sobre el tiempo, la idea es invitar a sintonizar con los ritmos de la naturaleza, de las estrellas… y los propios ritmos. Y sincronizarlos: unos contienen a otros. Somos naturaleza y somos, al mismo tiempo, parte de algo más grande.
Comprenderlo nos regala paz.
Qué es el Buen vivir
«El buen vivir es un modo de vida que los guaraníes llaman tekó, «modo de ser y estar. Sistema, costumbre, hábito». Su significado fue dado ya en el primer diccionario, el Tesoro de la lengua guaraní, de 1639, por el jesuita Antonio Ruiz de Montoya; significa incluso lo que llamamos hoy cultura. Y permanece hasta hoy entre todos los guaraníes que conozco», dice el estudioso Bartomeu Melià.
«Este tekó es un concepto que rebasa la particularidad de una lengua y se constituye en referencia filosófica global. Ahora bien, este tekó a su vez recibe varios calificativos y cualidades, siendo tal vez el primero y más importante el tekó porã: el buen modo de ser y vivir. Ese tekó porã, más que una idea o una concepción abstracta, es experiencia sentida que penetra el ser y el estar. Estar en un lugar que no es sólo habitación, sino experiencia de vida compartida, es de suma importancia para los guaraníes».
El concepto de los guaraníes se replica en muchas otras culturas de pueblos originarios. Es el «Sumak Kawsay» de los quechua, como cosmovisión ancestral de la vida. Es el «Shiir Waras» del pueblo Ashuar de Ecuador. Es el «Kyme Mogen» para el pueblo mapuche. El «Suma Qamaña» (vivir y convivir bien) es el ideal buscado por el hombre y la mujer andina, de los aymarás.
Y por qué lo creemos necesario
«Este es en un momento de urgencia histórica», dice Celio Turino, agente cultural, historiador y director de museos brasilero. «De lo que hagamos en los próximos años depende el futuro. Ya no hay vuelta atrás». Lejos de ser apocalíptico, este quiere ser un mensaje motivador. Lo que hagamos cuenta y regresar a esta idea del buen vivir es fundamental.
El Buen Vivir es nada menos que «el legado que América puede hacer al resto del mundo, por oposición al concepto de desarrollo y consumismo». Apunta a una ética de lo suficiente para toda la comunidad, y no sólo para el individuo. Supone una visión holística e integradora del ser humano, inmerso en la gran comunidad terrenal, que incluye -además- al aire, el agua, los suelos, las montañas, los árboles y los animales. Buen vivir es estar «en las tres armonías»:
– con uno mismo
– con la comunidad
– con la naturaleza.
Quien está en armonía consigo mismo, necesita menos cosas para estar bien. Puede percibir al prójimo como a un par. Y llegar a esa armonía es más fácil si nos conectamos con el sitio que nos alberga: la Tierra.
Ponernos en contacto con los ritmos de la Tierra nos regala la paz de saber que a todo invierno le sucede una primavera, sea en el monte, sea en el alma. A confiar en la fuerza que hace crecer las semillas.
El pensamiento del Buen Vivir se aleja de la preocupación por consumir y acumular. La naturaleza y la comunidad proporciona todo lo que necesitamos. El Buen Vivir es estar en permanente armonía con todo, celebrando los ritos sagrados que continuamente renuevan la conexión cósmica y con Dios.
Desde «El Centésimo MONO» te deseamos un feliz comienzo de año y que puedas poner en práctica la sabiduría y sencillez del buen vivir en tu día a día. (Hay una agenda para ayudarte).
Artículo publicado en la edición N° 43 de Revista ENFOQUE
Escribe Ivana Roth (Periodista)