Hay que hacer un esfuerzo para imaginarlo, porque no es usual. Un joven menor de edad («muy flaquito, además») dirigiendo a un grupo de gente mayor, en cuadros de danza de su creación. La autoridad que los años no le dan, le viene de la pasión que tiene por poner en escena lo que tiene en la cabeza. «Lo que yo hacía gustaba… porque era novedoso «, recuerda.
Ese era Luis Marinoni a los 15, 16 años (década del 90), cuando dirigía el taller «Patria Criolla», en la Escuela 527 o «Huellas Argentinas», en la Escuela 356 (por ruta 12 y 213). Ese mismo sigue siendo hoy… aunque ya logró adquirir las herramientas técnicas que en aquel momento le faltaban. Y lo que dirige ahora (desde el 1 de marzo de 2016) es el Ballet Folclórico del Parque del Conocimiento.
Entre medio: 18 años en el Ballet Folclórico Nacional, primero como bailarín, luego poniendo en escena sus propias obras coreográficas.
Y siempre, la convicción de que «la tarea que hago no tiene que ser para mí. Tiene que ser algo para todos. Y no es una frase hecha. Siempre pensé que el día que me vaya tengo que dejar algo fuerte, conciso. No algo que pase un agua y se despinte. Así como me enseñó Norma (Viola): ella dejó un patrimonio increíble para el país. Y mi deseo más grande es dejar un patrimonio valioso para la provincia».
No cuesta creerle. Sus acciones dan fe a sus palabras. Pero vamos por partes.
De la Peña al ballet de Norma Viola
La historia de este artista misionero está jalonada de momentos novelescos. Por ejemplo, cuando a los 17 años decidió entrar a la Peña Itapúa y se encontró a la comisión directiva reunida y los bailarines sentados en el escenario. «Me ofrecí para enseñar… y el presidente Alex Schmikler me dice: justo los bailarines se quedaron sin profesor. Vamos a probar… «. Y ahí mismo se vio metido en su salsa. Aún iba a la escuela de Comercio Nº1.
«La Peña fue mi catapulta. Porque allí conocí a Alicia Mazzuchini, que hasta hoy está conmigo». Y allí empezó a desafiar límites: «Yo quería que los chicos hagan figuras distintas. Para eso los tenía que preparar, porque ¿cómo lograba que hagan dos giros en una punta de pie? Necesitaban técnica. Así que yo me iba a estudiar clásico con Liliana Dal Ri a la Sociedad Española. Y siendo del folclore, me ponía las calzas ajustadas (que era como una traición al rubro). Y después, con una inconsciencia total, me iba corriendo a la Peña y les daba esa misma clase a mis bailarines. Pero no lo hacía por mí, sino con ganas de traspasar eso al grupo. Gente mayor que yo, muchos de ellos».
La Peña fue mi catapulta. Porque allí conocí a Alicia Mazzuchini, que hasta hoy está conmigo».
El trabajo siempre fue ad honorem. Y todo eran gastos. «Descubrí recién que podía vivir de esto, cuando fui al ballet en Buenos Aires». Eso fue cuatro años después de la Peña y también tiene su cuota de novela. Luis recuerda una tardecita, charlando en la previa de la clase con los más estables de la Peña: Alicia, Valeria González, Gabriel Paez. «Habíamos escuchado la convocatoria al Ballet Nacional; algo que siempre había soñado, aunque no me sentía preparado. Pero ellos estaban tan seguros que yo tenía que ir, que me convencieron».
Luis entró último en la fila, porque su colectivo tuvo un accidente en Zárate y llegó cinco horas después y con moretones. Fue pasando los filtros, entre más de 300 postulantes… hasta que paso el último. Y entró.
«Me cambió la vida. Ahí nomás ya había que ponerse a ensayar para las próximas funciones. Y ahí empieza para mí otra etapa. De asumir que todo eso que pedía a mis bailarines… lo tenía que tener yo».
El otro escalón llegó cuando Norma Viola empezó a apoyarse en Luis para poner obras en escena. «Hasta que me abrió la puerta del Ballet para que yo ponga obras mías. Y a mi juego me llamaron. Si era eso lo que yo quería hacer».
Hoy reflexiona: «Todas las cosas que me fueron pasando las desee mucho… Yo había hecho una obra coreográfica sobre la leyenda de la yerba mate, luego de largas charlas con Graciela Cambas. Y recuerdo estar mirándola en la Peña, y decirme: qué linda se vería esta obra en el Ballet Nacional. Y eso ocurrió, años después. Por eso creo que todo uno debe desearlo. Porque sucede».

Vínculo perenne
En esos 18 años en el Ballet, nunca cortó su lazo con la provincia. Ya fuera poniendo coreografías para la Compañía Folclórica Popular, que sostenían Cecilia y Graciela Holz. O con la Compañía de Arte, que desarrollaron con Sebastián Rolón y con la que hicieron cuatro años el «Festival de la Ciudad». O con la obra «Arcano de Viernes Santo», que inició en una versión sencilla y terminó cinco ediciones después con 130 personas en escena y más de cinco mil espectadores en la plaza 9 de Julio.
– ¿Nunca fue el plato de comida del día siguiente una preocupación?
– Siempre fue una preocupación. Y en muchos casos era una cosa o la otra. Y yo siempre elegí la producción y después veía cómo me arreglaba.
– Si no hubieras sido esto que sos… ¿qué serías?
– Capaz que hubiese sido un diseñador gráfico… Pero no me veo fuera de esto. No puedo verme lejos del arte. No puedo verme lejos de todo un equipo de gente y de bailarines trabajando. Yo estoy lejos de mi ballet un par de días y me angustio, necesito verlos, verlos bailar, pasar y ver que están tomando la clase, corregirlos… ver las funciones.
– O sea que si sacamos al ballet de tu vida…
– Queda nada. Súper nada…
– ¿Y cómo ves tu vida?
– (silencio) Si me paro enfrente y veo mi propia vida… en muchas oportunidades me digo cuánto tiempo perdí. Porque esto ha sido una inversión. Perdí de mi vida personal. Mi juventud, digamos. Porque para poder estar muy presente en esto… tuve que estar muy ausente en otras áreas. Siempre me costó mucho la mediación de las cosas. Para mi es blanco o negro. Me cuesta entender cuando alguien me dice: «No puedo esto».
Pero luego veo cada etapa de mi vida con mucho agradecimiento, porque creo que la vida es muy generosa conmigo
– ¿Hoy te sentís apoyado por el Estado? ¿Crees que algo cambió?
– Si, veo que el Estado provincial cambió mucho. Siento que visualiza al artista local de otra manera. Que hoy por hoy no veo que sea así en la esfera nacional, donde escucho muchos problemas y situaciones de los que eran mis compañeros.
Y yo puedo decir que estoy en mi provincia y que se ha visto la necesidad de un espacio para los bailarines folclóricos. Que aunque muchos aún no son contratados, espero que lo logremos con el tiempo. Somos un elenco muy joven. Pero que hoy alguien del interior pueda saber que eso que está haciendo su hijo o su nieto, que juega a zapatear… imaginar que eso tiene una posibilidad laboral el día de mañana… Eso es súper valioso.
Escribe Ivana Roth, directora del proyecto Centésimo Mono. Artículo publicado en la edición N° 36 de Revista ENFOQUE