«Un Papa venido del fin del mundo». Así se presentó ante los fieles que abarrotaban la Plaza de San Pedro aquel 13 de marzo de 2013. Han pasado cinco años, en los que hemos aprendido a conocer y a querer al Papa Francisco. Cinco años de sonrisas, de palabras que llegan directas al corazón, de gestos que encarnan misericordia, de salidas a las periferias, de decisiones controvertidas y de tensiones eléctricas. ¿A dónde lleva Francisco a la Iglesia católica?
Es evidente, en estos cinco años, que entre Francisco y sus inmediatos predecesores hay una continuidad discontinua. Primero, porque si examinamos la historia moderna del papado, Francisco se alinea más con Juan XXIII y Pablo VI que con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Y, en segundo lugar, porque no se contenta con seguir la línea de sus inmediatos predecesores con algunos retoques, sino que quiere que la Iglesia vuelva al espíritu conciliar a tope. Está descongelando el Concilio, que sus predecesores habían metido en el congelador del miedo, lo está volviendo a sembrar y lo está abonando, para que florezca de nuevo. Y ya se ven los brotes verdes.
Los cinco éxitos
El papado de Francisco es en sí mismo un milagro y una primavera llena ya de logros. Citemos algunos. En primer lugar, la normalización del papado, que ha dejado de ser imperial y real, para pasar a ser un servicio de un obispo normal a la Iglesia y al mundo. Bergoglio está reinterpretando su propio papel en el seno de la Iglesia, del mundo y de las demás religiones.
En segundo lugar, la activación del programa conciliar. El Papa no tiene más programa que el genérico del Evangelio (de ahí que su pontificado sea evangeliocéntrico), concretado en el Concilio. Recuperar el Vaticano II significa colocar la colegialidad, la sinodalidad y la corresponsabilidad de los laicos en el frontispicio de la Iglesia. O dicho en términos civiles, democratizar a fondo la institución y activar, de una vez por todas, el modelo circular-poliédrico conciliar, derribando, de una vez por todas también y para siempre, el modelo piramidal-imperial.
En tercer lugar, la implantación de la misericordia como ley. Es decir el paso revolucionario de una Iglesia-aduana a otra hospital de campaña, de una Iglesia ‘madrastra’ a otra madre que, ante todo, quiere a sus hijos y, por eso, no carga sobre sus espaldas cargas insoportables, y, además, sigue queriendo a sus hijos hagan lo que hagan. Aunque sean pecadores. ¡La gran familia de los hijos de Dios!
En cuarto lugar, el énfasis en la ecología (Laudato sii) y en la Iglesia en salida, que abre sus brazos a todos, incluso a los católicos que están en ‘situación irregular’, como los divorciados recasados, (Amoris Laetitia), y a las demás religiones, que ya no son rivales, sino hermanas.
En quinto lugar, la reforma de la Curia romana. Francisco quiere acabar con una Curia entendida como maquinaria de poder. De hecho, la zahiere continuamente, para obligar a sus integrantes a convertirse, cambiar el chip y pasar a ser un organismo de ayuda al Papa y a las iglesias del mundo. Pero el poder llama al poder y al Papa le está costando mucho desmontar lo que, desde hace siglos, venía funcionando como una ‘corte papal’, con sus lobbies, sus partidos y sus cordadas.
Por eso, nunca se terminará del todo con los ‘lobos’ curiales y el cambio total de la Curia posiblemente sea una labor que tendrá que continuar su sucesor. Porque el Papa se fía más de los procesos, que tardan pero que son profundos, que de los cambios meramente cosméticos. Sin conversión de mentalidades no hay cambio de estructuras. Lo que ya ha conseguido, aparte de todos los cambios introducidos en los mecanismos curiales, es un cambio de tendencia, un cambio de orientación: el que todo el mundo se convenza de que la Curia no puede seguir siendo un aparato de poder ni una corte faraónica.
Y, como fruto y consecuencia de todo eso, un orgullo de Papa, que se ha convertido en la referencia moral mundial y en el líder más querido, seguido y valorado. Y es que el carisma no se compra ni se vede. O se tiene o no se tiene. Es un don. Y Francisco tiene ese don. Pero el hecho de haberse convertido en el más respetado y querido líder global no se lo debe sólo a su carisma, sino también a lo que dice y a lo que hace.
Francisco es un Papa creíble, un testigo, el Gran Reformador, que quiere que la Iglesia vuelva a sus fuentes evangélicas y se dedique fundamentalmente a cumplir su principal misión: ‘Los pobres son evangelizados’. Opción por los pobres, testimonio, credibilidad y carisma han convertido a Francisco en la máxima autoridad moral mundial, capaz de implementar una geopolítica vaticana de la paz, tanto en Cuba o Colombia, como en Corea.
De hecho, está a punto de derribar el telón de bambú, para reestablecer relaciones con China y de ser el primer Papa que ponga su pie en Moscú, la tercera Roma. Y tampoco le duelen prendas a la hora de denunciar a un sistema capitalista «que mata» y descarta, así como a un mundo sumido en «guerras a pedazos» y amenazado por una hecatombe nuclear.
Algunos cardos entre las flores
Me cuesta encontrarle fallos a Francisco, aunque él mismo asegura que los tiene, pero, a diferencia de los papados sacralizados, no le duelen prendas a la hora de reconocerlos y pedir perdón públicamente por ellos. Quizás, a veces, se deja llevar por sus prontos. Por ejemplo, en la contestación que dio a los periodistas en Chile sobre el caso Barros, el obispo acusado de ‘encubrir’ abusos sexuales a menores.
A veces, también se fía en exceso de algunos de sus colaboradores, que, después, se comprueba que le salen ‘ranas’. Pero eso es el peaje que tiene que pagar cualquier líder social o religioso. La diferencia es que Bergoglio no deja a ranas en la charca del poder, sino que las retira a un segundo plano, como al ex prefecto de Doctrina de la Fe, cardenal Müller.
Eso sí, la gran asignatura pendiente de la Iglesia y del Papa Francisco es la revolución femenina. La actual situación de la mujer en la institución clama al cielo, es un pecado, un atentado contra los derechos humanos, y la sociedad ya le está pidiendo cuentas por ello.
También en este ámbito, el Papa va muy por delante de la jerarquía mundial, pero no lo suficiente ni lo suficientemente rápido. Quizás porque, como explica Lucetta Scaraffia, directora del suplemento sobre la mujer de ‘L’Osservatore Romano, el periódico del propio Papa: «Es evidente que el Papa no es un feminista, sino un anciano macho sudamericano. Pero siente mucha simpatía hacia las mujeres y, además, percibe claramente que, en este momento histórico, la Iglesia necesita abrirse a las mujeres».
Pero, aún sin sentirlo en el alma, deberá colocar a la mujer como su prioridad principal, consciente de las enormes resistencias que se va a encontrar no sólo por parte de los cardenales y obispos, sino también por parte del clero y de muchos fieles. Aún así, ¿se atreverá o es algo que supera al propio Papa? Quizás la única solución para que la Iglesia avance en este campo tenga que venir de un Concilio.
En definitiva, lo que nos pide el Papa a los católicos y, por supuesto, a su clero y a su jerarquía es conversión personal y pastoral. Y muchos cardenales y obispos, acostumbrados a ser funcionarios y a vivir bien, no están dispuestos a ser servidores y a vivir austeramente. Y, sobre todo, no quieren perder el poder, que es el principal pecado de los altos eclesiásticos. De ahí las resistencias que está encontrando Francisco y que tendrá hasta el final. Pero, nadie puede parar la primavera en primavera.