Ahora es oficial: las propias estadísticas oficiales indican que los argentinos están usando los «dólares del colchón» en vez de pedírselos al Banco Central.
En el último informe cambiario, el BCRA incluyó una inusual aclaración, al informar sobre el crecimiento del déficit en el rubro servicios, que la mitad de los consumos con tarjeta de crédito hechos en el exterior «son posteriormente cancelados de forma directa por los clientes con fondos propios en moneda extranjera, lo que reduce el impacto deficitario de estos consumos en el mercado de cambios y en las reservas internacionales».
Fue un dato que pasó algo inadvertido en medio de las celebraciones que ha hecho el gobierno, ante datos positivos de mayor «rating», como la caída del dólar paralelo, la baja del riesgo país, la confirmación de inversiones en el esquema RIGI o la recuperación de la actividad en algunos sectores.
Sin embargo, este dato sobre el «desahorro» en dólares que están haciendo los argentinos es, tal vez, el más importante para el plan económico: desde el punto de vista del gobierno, resulta uno de los argumentos centrales para discutir el argumento de que hay retraso cambiario. Y, además, sirve para relativizar uno de los indicadores que los economistas suelen señalar como el que entraña mayor peligro en todo plan de estabilización: el déficit de la cuenta corriente -que mide la diferencia entre los dólares que entran y los que salen de la economía-.
La inflación lastima, pero el déficit mata
Los economistas suelen recordar una célebre frase acuñada por el prestigioso ex ministro brasileño Mario Henrique Simonsen: «la inflación lastima, pero la balanza de pagos mata». Y no es casual que en Argentina ese déficit genere preocupación: la historia reciente muestra que cada gran devaluación vino precedida por un aumento acelerado en ese rojo.
Es, además, algo que ha ocurrido en gobiernos de todos los signos ideológicos: desde comienzos de los años 80, cuando se rompió la «tablita cambiaria» tras un déficit récord de 6% del PBI, pasando por la crisis del plan Austral que derivó en la hiperinflación de 1989 -con un previo déficit de cuenta corriente de 4%- y por el colapso de la convertibilidad -anticipado por el déficit de 4,8% en 1998.
Ya en este siglo, la llegada del cepo de Cristina Kirchner coincidió con la pérdida del superávit en 2010, y luego el daño del déficit de cuenta corriente se evidenció en toda su intensidad en 2018, cuando un rojo de 5,2% del PBI llevó a la devaluación y al salvataje del FMI. Y, finalmente, cuando asumió Javier Milei se encontró con un déficit de u$s21.000 millones, equivalente a un 3,3% del PBI.
¿Qué pasa ahora?: si bien los números no son -todavía- indicadores de una crisis, la tendencia es preocupante: desde junio, cuando se produjo el cambio de tendencia, el rojo no ha hecho más que agrandarse: de los u$s223 millones de junio a los u$s1.588 de octubre, todo el segundo semestre ha sido deficitario.
Lo peor es que las perspectivas para 2025 no indican una mejora, sino todo lo contrario. Los canales de ingreso de dólares están en duda, por la caída en los precios de las materias primas, mientras que las vías de «fuga» de divisas tienden a acelerarse por las medidas que facilitan las importaciones, tanto las de empresas como las de individuos.
Los hinchas brasileños ya no rompen billetes
Un rubro fundamental en cada situación de crisis ha sido el del turismo emisivo. El gusto de los argentinos por vacacionar en el exterior, sumado a una situación de atraso cambiario, puede dar un resultado explosivo. Así, la historia reciente está repleta de episodios en los que el turismo se unió al consumo en los legendarios tours de compras a Chile, Paraguay o Miami.
En los últimos días, ha habido pruebas sobradas de que esos tiempos están volviendo, luego de un 2023 en que se dio la situación inusual de que fueran los países vecinos los que llegaran a consumir en Argentina. Pero la revaluación del peso ha sido rápida, y justo coincidió con la incipiente devaluación ocurrida en el resto de la región.
Nadie sabe mejor de este tema que los hinchas del fútbol brasileño: antes, cuando venían a Buenos Aires, llamaban la atención por su gesto despectivo de romper los billetes de $1.000 frente a la cara de la hinchada rival. El pasado fin de semana, en cambio, mientras se lamentaban porque la relación reales-dólar ya pasó la barrera del 6 a 1, los hinchas de Botafogo y Atlético Mineiro que vinieron a la final de la Libertadores, ya no sólo no rompían billetes de pesos argentinos sino que se quejaban de lo caro que les resultaban los precios domésticos.
En los últimos días, ha habido pruebas sobradas de que esos tiempos están volviendo, luego de un 2023 en que se dio la situación inusual de que fueran los países vecinos los que llegaran a consumir en Argentina. Pero la revaluación del peso ha sido rápida, y justo coincidió con la incipiente devaluación ocurrida en el resto de la región.
Nadie sabe mejor de este tema que los hinchas del fútbol brasileño: antes, cuando venían a Buenos Aires, llamaban la atención por su gesto despectivo de romper los billetes de $1.000 frente a la cara de la hinchada rival. El pasado fin de semana, en cambio, mientras se lamentaban porque la relación reales-dólar ya pasó la barrera del 6 a 1, los hinchas de Botafogo y Atlético Mineiro que vinieron a la final de la Libertadores, ya no sólo no rompían billetes de pesos argentinos sino que se quejaban de lo caro que les resultaban los precios domésticos.
Fuente: Iprofesional