Por años creyó que su vida estaba lejos de la provincia de Misiones. Hasta que un regreso lleno de incertidumbre la llevó a descubrir un oficio que no buscaba, pero que terminó abriéndole futuro, trabajo y un nuevo liderazgo comunitario.
Cuando Norma Gularte volvió a Misiones, después de 26 años en Buenos Aires, lo hizo con más preguntas que certezas. La vida la había llevado por caminos duros: se casó siendo apenas una adolescente, fue madre muy joven, quedó viuda, volvió a empezar, y muchos años después reencontró a su primer amor, también viudo, también con una historia a cuestas.
Esa segunda oportunidad parecía traer calma… hasta que la enfermedad de él aceleró algo que venían proyectando hacía tiempo: la vuelta a la tierra roja, a los afectos, a la raíz.
Pero lo que no imaginaban era que ese regreso cambiaría su historia para siempre.
Una casa con estanques que no prometía nada
Cuando compraron la casa en el municipio de Caraguatay, Norma vio los estanques como un problema, no como un proyecto. «Pensé en taparlos», recordó. No comía pescado, nunca había criado animales acuáticos y tampoco estaba buscando un emprendimiento productivo.
Venía cansada, emocionalmente golpeada, con la responsabilidad de sostener a su familia, y sin un rumbo claro. Quería simplemente estabilizarse.
Pero el destino, a veces, llega en forma de visita inesperada.
La técnica que tocó la puerta y abrió un camino
Una técnica del Ministerio del Agro y la Producción de Misiones pasó por la propiedad, vio los estanques e intuyó un potencial que Norma todavía no podía ver. Le habló de capacitaciones, de un programa que estaba fortaleciendo a pequeños productores, y de cómo la piscicultura podía convertirse en una alternativa real para familias de la zona.
Era el Programa Mayma Azul, una iniciativa de la Fundación Mayma junto al Ministerio del Agro y la Producción de Misiones, que brinda asistencia técnica, acompañamiento y formación para desarrollar emprendimientos de cría de peces en la provincia.
Norma fue a una reunión «solo para escuchar», sin comprometerse. Pero ese primer paso la llevó al segundo. Y el segundo, al tercero.
“Lo primero que aprendí fue a faenar”, cuenta hoy entre risas.
Esa simple frase marca el comienzo de una transformación profunda.
La piscicultura como terapia, trabajo y renacimiento
El proceso fue familiar. Su esposo, en recuperación, encontró en los estanques una actividad que lo mantenía activo. Su hijo de 23 años se sumó. Y ella, que venía con un pie en la duda y el otro en el miedo, se animó a aprender.
Los técnicos la acompañaron en cada etapa: manejo del agua, alimentación, tiempos de engorde, cosecha, faena, ventas. Ese acompañamiento —cuenta— fue «fundamental».
Pronto los estanques dejaron de ser algo que pensaba tapar y se convirtieron en la fuente de un nuevo modo de vida.
Hoy Norma vende pescado en ferias y a vecinos, con una producción creciente. Pero lo más valioso no está solo en el ingreso, sino en lo que reconstruyó puertas adentro: un proyecto compartido por toda la familia.
«El trabajo es liviano, los adolescentes pueden participar, y ver los resultados es muy satisfactorio», reflexionó
La comunidad que la abrazó y el liderazgo inesperado
Volver no fue sencillo. Después de tantos años fuera, llegó a Caraguatay «sin un destino cierto». Pero el pueblo la acobijó. La red de productores —unas 20 familias dedicadas hoy a la piscicultura en la zona— se convirtió en sostén, inspiración y compañía.
Y ese vínculo con la comunidad fue creciendo. Tanto, que hoy Norma no solo es productora: es concejala de su municipio.
Sí, la mujer que regresó llena de incertidumbre, con la vida revuelta y pensando en tapar los estanques, hoy es referente social, económica y política en su localidad.
Porque a veces volver no significa retroceder.
A veces volver es empezar distinto.
Una vida que se rehace, como el agua que vuelve a su cauce
Norma se fue de Misiones siendo una niña casada y madre. Cargó responsabilidades enormes a una edad en la que debería haber estado jugando. La vida la puso frente a duelos, mudanzas, trabajos duros, cambios forzados.
Pero también le dio una oportunidad de renacer en su propio paisaje.
Hoy, desde los estanques que la esperaban silenciosos, Norma sabe que todo lo que logró no fue por azar: fue por decisión, aprendizaje y un acompañamiento técnico que multiplicó posibilidades.
Su historia es la prueba de que los caminos inesperados pueden abrir los destinos más fértiles.
Y que, incluso cuando uno vuelve sin saber para qué, la tierra siempre tiene algo para decir.







