Históricamente, tanto en la lectura académica como en el sentido común circulante ha puesto como pares dicotómicos la industria y el urbanismo, como “lo moderno y desarrollado” contra lo rural y agropecuario, como lo “estático”; tradicional y retrasado, el primero cumpliendo un rol dinámico y el segundo como atrasado y pasivo.
En Argentina, el desarrollo rural comienza a introducirse como un concepto a discutir a partir de la vuelta de la Democracia, con más precisión hacia finales de los ´80, de la mano de organismos multilaterales de crédito como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), entre otros. Sin embargo, comenzaron a consolidarse como políticas públicas a partir del 2003 con una clara y concreta aplicación en el 2009.
Ahora bien, debemos mencionar que el desarrollo rural tiene dos aristas, es multidimensional y multisectorial, ya que integra dimensiones económico-productivas, socio-culturales, ambientales y político-institucionales y ello brinda una mirada integral, holística, del territorio. En este sentido, la ruralidad de la provincia de Misiones posee en su mayoría un alto porcentaje de explotaciones agropecuarias de pequeños productores, con una gran cantidad de población rural.
En este contexto, desde el Estado provincial, en los últimos quince años se ha puesto la mirada en generar un proceso de crecimiento y desarrollo igualitario para todo el territorio logrando integración y rompiendo con aquella dicotomía que mencioné al inicio. Es por ello que la red de rutas que integran localidades es una de las mejores del país, el acceso a la salud y la educación en las zonas rurales fue y seguirá siendo una meta, el mantenimiento de caminos terrados y la conectividad acciones que se van concretando y todo ello porque la inclusión y la igualdad de oportunidades es la bandera.
No obstante, existen dos desafíos fundamentales, por un lado mantener la población rural en sus chacras, ya que ellos son el corazón de la ruralidad. Y por el otro, fortalecer y reorganizar el cooperativismo como un desafío y una meta como lo supo ser algunas décadas atrás. El primero, debe ser, principalmente, a través del trabajo con jóvenes de las áreas rurales, pero también con sus padres a fin de que estos le permitan a las nuevas generaciones continuar con el trabajo en las chacras, pero a través de la inclusión de innovación y transformaciones.
El cooperativismo permitirá generar valores y acciones concretas tanto en la producción primaria, como en la integración de la cadena y el valor agregado; siempre en un marco de redistribución e inclusión igualitaria, haciendo frente a la concentración y dominación inequitativa del mercado donde el pequeño productor y los trabajadores rurales son los que sufren las peores consecuencias.
Con estos dos desafíos como estandarte y un Estado provincial garantizando políticas que tiendan a fortalecer y abonar el desarrollo rural, la vida en la chacra seguirá siendo una opción de vida, si no es la mejor, y una fuente de generación de ingresos para todos los misioneros.
Artículo Publicado en la edición N° 35 de Revista ENFOQUE
Escribe Sebastián Oriozabala (Subsecretario de Planificación, Extensión y Programas de Financiamiento Rural del Ministerio del Agro y la Producción de Misiones)


