Por Santiago Tristany (*)
El día 18 de enero apareció un artículo en el diario español El País (1) que exponía distintas opiniones respecto al problema del “extremismo”, especialmente el religioso y el político.
En principio, se comenta que uno de los principales problemas del asunto en cuestión sería el exceso de confianza que los más radicales tienen en su propia opinión y, se afirma que frecuentemente tienen una certeza errónea y se resisten a cambiar sus creencias frente a la evidencia. Entonces, se explica que la capacidad que cada uno de nosotros tiene para pensar sobre la veracidad de nuestras propias creencias, está muy vinculada a nuestra capacidad para incorporar nuevas evidencias, luego de una decisión. Esto nos permitiría “revertir” elecciones incorrectas.
Esto ya nos brinda una visión amplia del problema: deberíamos disponer de la capacidad de cambiar de rumbo, si la evidencia nos muestra que el que actualmente recorremos, no es el más acertado. Si no disponemos de esta capacidad de cambio, estamos en una posición “extremista”. Luego volveremos sobre la cuestión de la “evidencia”, porque este también es un problema no menor. ¿Qué deberíamos considerar como evidencia de que no recorremos el camino correcto?
Se afirma que los extremistas políticos poseen una mayor rigidez mental que les impide reconocer otros enfoques, reconocer sus propias debilidades o aceptar cambios. Leemos que el sentimiento de superioridad sobre la propia ideología -creer que la posición de uno es más correcta que la de otro- es un buen indicador de extremismo ideológico: tener un mayor convencimiento de estar en lo cierto comparado con el resto, nos colocaría en el lugar de “extremistas”. Parece que, según el artículo, creerse –uno- en posesión de la verdad es estar en el campo del radicalismo político. Se afirma que “el monopolio de la verdad es un buen predictor de actitudes extremistas, lo que permite intervenir sobre aquellos que se creen en el derecho y la obligación de imponérsela a los demás.»
Se dice –finalmente- que los ciudadanos buscan una explicación y hay quienes pretenden ofrecer explicaciones sencillas al problema y, que tal vez, la capacidad de reflexionar sobre nuestras decisiones o creencias, disminuya cuando estemos rodeados por otras personas con puntos de vista radicales.
Observemos que se relaciona la certeza respecto a la creencia, con la idea de “imponer” dicha creencia a los demás. Esto nos hace llegar a un punto importante del “problema”. Hablábamos de las evidencias de un rumbo equivocado y la capacidad de cambiar o modificar nuestra conducta. El conflicto no surge por tener certezas –todos tenemos al menos una-, sino por creer en el derecho y la obligación a imponérsela a los demás. El problema no es que yo tenga la certeza de que “X” es verdadero, sino que yo tenga la certeza de que debo o puedo obligar a los demás a creer en “X” o a aceptarlo. Debo obligar a todos a vivir según “X”…
Por supuesto, el sistema democrático electoral actual se funda en la idea de que la mayoría imponga sus decisiones a la minoría y, que la minoría debe aceptar dicha imposición “por la fuerza” –si no la acepta voluntariamente-, siendo el Estado quien tiene la potestad de imponer dicha “fuerza” y “coacción”.
No podemos pensar que la “certeza” en nuestras creencias o pensamientos sea el problema. Si solamente fuese un problema “epistemológico” lo resolveríamos con más educación y entrenamiento en la capacidad de reflexionar sobre nuestras creencias y su adecuación a lo que podamos llamar “la verdad” –o al menos a lo que logremos consensuar respecto a ello. Pero esto no es suficiente. Incluso los doctores universitarios más expertos y con mayor experiencia, aunque se equivoquen tenazmente en alguna cuestión, son inofensivos, mientras su testarudo yerro o disparate no salga del discurso y la argumentación “académica”…
Tampoco podemos caer en un nihilismo o un escepticismo extremo respecto a la capacidad de llegar a conclusiones verdaderas porque, en caso contrario, no tiene sentido dialogar sobre nada en absoluto: ¿para qué vamos a conversar o dialogar, si nadie tiene razón de nada sobre nada? Todos tienen razón o, nadie la tiene… El “perspectivismo absoluto” nos llevaría a la deriva y el absurdo de cualquier diálogo, cuyo objetivo sea alcanzar acuerdos “no caprichosos” o que no hayan sido alcanzados “arrojando la moneda al aire”.
El problema principal, que deberíamos tener en cuenta en este análisis, es la capacidad de causar daño que tiene la persona que “no pretende cambiar de opinión”, la persona que “no acepta negociar posiciones”, la persona que “no acepta otros puntos de vista como válidos y posibles”. No es la insistente persistencia en “la equivocación” el problema, sino la capacidad de causar daño que esa persona, puede causar a quienes no aceptan sus “creencias inamovibles”.
(*) Licenciado en Psicología
1- JAVIER SALAS (2019): Los extremistas tienen problemas para darse cuenta de que están equivocados. Los radicales muestran dificultades cognitivas para asumir el error y mayor confianza en su juicio. Diario El País. 18/01/2019. Fuente: http://elpais.com/elpais/2019/01/18/ciencia/1547814779_845056.html